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miércoles, octubre 15, 2025

La flama de la precariedad: Crónica de una tragedia anunciada en Iztapalapa.

Norma García -Célula Carlos Marx

La explosión de una pipa de gas en el corazón de Iztapalapa no fue un accidente fortuito, sino el estallido previsible de un sistema que valúa las ganancias por encima de la vida humana. Detrás del estruendo y las llamas, se revela la crónica de una tragedia anunciada, alimentada por la sobreexplotación de un trabajador y la avaricia empresarial.

Iztapalapa, Ciudad de México. Una pipa de gas, convertida en una bomba de tiempo rodante, se incendió y explotó, dejando un saldo lamentable de muertos y heridos, negocios y viviendas dañadas y una comunidad aterrorizada. Los informes preliminares apuntarán, seguramente, a una “falla mecánica” o un “error humano”. Sin embargo, un análisis profundo de las condiciones que llevaron al desastre revela una causa más sistémica: la explotación laboral inherente al modelo capitalista de producción.

El conductor del vehículo, hoy una víctima más de la precariedad, no es un simple “responsable”. Es el rostro visible de una clase trabajadora asediada. Fuentes cercanas a sus compañeros de ruta, quienes prefieren el anonimato por temor a represalias, describen un panorama desolador: jornadas laborales que se extienden hasta 16 horas diarias, muy por encima de lo estipulado por la ley, sin el pago correspondiente de horas extra. “Aquí no hay descanso, o cumples la ruta o te vas; hay cien esperando tu puesto”, comenta un colega.

Este régimen de trabajo forzado tiene un objetivo claro: maximizar la plusvalía extraída a cada trabajador. Para el patrón, dueño de los medios de producción —en este caso, la flotilla de pipas—, cada entrega extra, cada minuto que el vehículo está en la calle y no en mantenimiento, representa un aumento directo de sus ganancias. El mantenimiento preventivo se convierte en un “gasto” a reducir. La capacitación en seguridad es una “pérdida de tiempo productivo”. La fatiga del operador es simplemente un daño colateral aceptable en la incesante búsqueda de rentabilidad.

La pipa que explotó no era solo un vehículo; era un medio de producción y, como tal, su estado material reflejaba las prioridades de su dueño. La falta de inversión en mantenimiento, las llantas gastadas, los frenos deficientes y las válvulas de seguridad sin revisar son síntomas directos de un sistema donde la seguridad del proletariado es secundaria al imperativo del capital. El trabajador, alienado y presionado, se ve forzado a operar estas máquinas peligrosas bajo la amenaza constante del despido.

Este siniestro, por tanto, no puede ser reducido a la negligencia de un solo hombre. Es el resultado lógico de un conflicto de clases que se libra a diario en las calles. Por un lado, una burguesía que presiona por rutas más largas, entregas más rápidas y costos operativos más bajos. Por el otro, un proletariado que vende su fuerza de trabajo en condiciones cada vez más precarias para poder sobrevivir.

La tragedia de Iztapalapa es un doloroso recordatorio de que, bajo el capitalismo, los “accidentes” laborales rara vez lo son, en realidad, la consecuencia violenta y visible de la explotación silenciosa y cotidiana.

Mientras la vida de un trabajador valga menos que el gas que transporta, estas bombas de tiempo seguirán rodando por nuestras calles, esperando la próxima chispa para recordarnos el costo humano del capital.

Un abrazo solidario y fraterno a todas las familias de las víctimas de esta tragedia.

¡Proletarios de todo el mundo uníos!

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