Por: José Martínez
“Yo no os he dado la libertad. Vosotros la debéis a mis compañeros de armas… Contemplad sus nobles heridas, que aún vierten sangre”
Simón Bolívar. Batalla de Carabobo. 24 de Junio de1821
El proceso histórico venezolano de las dos primeras décadas del siglo XXI ha estado marcado por un conflicto estructural entre la lógica soberana del Estado nacional-popular y la expansión Imperialista del capital financiero global. Desde la llegada de la Revolución Bolivariana en 1999, con el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, Venezuela se convirtió en un referente de resistencia política y económica frente al orden neoliberal en la región y en el mundo. En este contexto, las acciones de los gobiernos de los E.U.A. En específico en este segundo mandato del Presidente Donald Trump constituyen una de las fases más agresivas y sistemáticas de injerencia estadounidense en la historia contemporánea venezolana.
El imperialismo no es una desviación coyuntural del capitalismo, sino su fase superior, caracterizada por la fusión del capital bancario e industrial y la exportación de capitales como medio de dominación global. En ese sentido, la política de Washington hacia Caracas se enmarca en una estructura histórica de dominación económica y política, heredera de la Doctrina Monroe (1823) y de la despótica “diplomacia del dólar” del siglo XX.
Resulta pertinente destacar que, el denominado corolario Roosevelt (1904) estableció la prerrogativa de los Estados Unidos para intervenir en Nuestra América bajo el pretexto de mantener la estabilidad hemisférica. Esta política nefasta ha sido el pretexto para las más de 50 intervenciones militares y económicas que el continente ha sufrido desde 1831 hasta el 2025. En el caso venezolano, el bloqueo naval de 1902 – 1903 representó el primer episodio moderno de coerción internacional para garantizar el pago de deudas externas, preludio de lo que sería la subordinación estructural de las economías latinoamericanas al capital extranjero durante todo el siglo.
El siglo XXI, lejos de significar el fin de esta hegemonía de saqueo, se ha visto reconfigurada bajo nuevas formas: sanciones económicas, control de activos, guerra mediática y operaciones encubiertas. La administración de Trump ha revitalizado violentamente la política Monroísta bajo el lema “America First”, articulando una ofensiva integral contra los países que desafían la hegemonía estadounidense, entre ellos Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Por lo tanto, en el caso de Venezuela el elemento estructural que explica la persistencia de la agresión imperialista es su condición de potencia energética mundial y la cercanía geográfica dentro de los intereses del Imperialismo Norteamericano. Según estimaciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y de PDVSA (2024), Venezuela posee aproximadamente 303.000 millones de barriles de reservas probadas, lo que equivale a cerca del18% de las reservas globales.
Además, la denominada Faja Petrolífera del Orinoco ubicada en el oriente del país, concentra más del 70% de estas reservas, compuestas principalmente de crudos extra pesados con grados API entre 8° y 12°. Este enorme potencial convierte al país en una pieza estratégica en el tablero internacional dentro de la disputa mundial por los recursos estratégicos, en un momento histórico donde el modo de producción capitalista enfrenta una profunda crisis de sobre producción y una transición energética desigual. Sin mencionar, las grandes reservas de riquezas, tales como, hierro, bauxita, diamantes, oro, coltán, gas, corrientes fluviales y tierras raras.
Para el continuo desarrollo de las fuerzas productivas la energía, en especial el petróleo no solo es una mercancía o recurso estratégico, sino también la base material de la producción capitalista global. Controlar sus fuentes significa controlar el ritmo de acumulación y desarrollo mundial. Solo la industria de los E.U.A necesita 23.5 millones de barriles por día.
Ahora bien, las Órdenes Ejecutivas extraterritoriales como la 13808 aplicada en el 2017 y 13835 correspondiente al 2018 implementadas desde la Casa Blanca respectivamente prohibieron transacciones con bonos venezolanos y activos de PDVSA, incluyendo sus filiales CITGO y Monómeros, impidiendo con esto el acceso del Estado venezolano al sistema financiero internacional.
Sin lugar a dudas, esta política fue un acto de guerra económica, en abierta violación del derecho internacional y de los principios de soberanía consagrados en la Carta de la ONU. Posteriormente, el traspaso ilegal de CITGO al mal denominado “gobierno interino” representado por Juan Guaidó en enero de 2019 constituyó un ejemplo paradigmático de esta conducta criminal que mediante su lógica configura un saqueo moderno ejecutado con ilegitimidad política fabricada desde Washington.
El autoproclamado “gobierno interino” de Guaidó fue la punta de lanza de un plan de intervención económica y política que buscó sustituir la legitimidad democrática venezolana por un régimen tutelado. El apoyo entonces de Mike Pompeo, John Bolton y Elliot Abrams se tradujo en operaciones como la denominada “Venezuela Aid Live” (febrero de 2019), presentada como misión humanitaria, pero que en realidad funcionó como intento de ruptura fronteriza y preludio de una intervención militar.
Simultáneamente, el “mega apagón” en 20 de 23 estados en marzo de 2019, atribuidos por el gobierno bolivariano a sabotajes cibernéticos y físicos contra la represa de Guri ubicado en el estado Bolívar, evidenció la dimensión tecnológica y la naturaleza criminal de la agresión. Justo cuando la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) amplió sanciones a la industria aurífera y petrolera, incluyendo a Minerven, atacando así las bases materiales del desarrollo materia del pueblo venezolano.
Sin embargo, las agresiones no pararon y se diversificaron en otros sectores sensibles. Ese mismo año el Congreso estadounidense, con la Ley Pública 116-94 en el 2019, institucionalizó el apoyo político y financiero al “presidente interino” y alentó a otras naciones a imponer medidas coercitivas unilaterales, violando principios elementales y fundamentales del derecho internacional.
En el 2020, la denominada Operación Gedeón, protagonizada por mercenarios estadounidenses y militares disidentes venezolanos que se encontraban en exilio, representó el punto culminante de la agresión directa. Su fracaso, producto de la acción unificada del pueblo, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y los organismos de seguridad, consolidó una victoria simbólica sobre la maquinaria imperialista.
En su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Vladimir Ilich (Lenin) explicó que el capital financiero tiende inevitablemente a la expansión y al control de territorios estratégicos. Lo que provoca conflictos y guerras entre las potencias imperialistas para redistribuir las colonias y las esferas de influencia.
Ahora bien, Venezuela con las mayores reservas de petróleo del planeta, ocupa un lugar clave en la geopolítica energética. Por tanto, el ataque contra la Revolución Bolivariana debe entenderse como un intento del capital global por repropiarse de la renta petrolera nacionalizada y redistribuida en función social en beneficio del desarrollo del pueblo venezolano para satisfacer la brutal necesidad de recursos energéticos como ante sala de una guerra económica mundial.
Mariátegui advertía que la independencia política de América Latina sería ilusoria mientras persistiera la dependencia económica y cultural. La Revolución Bolivariana, al intentar construir una economía soberana y solidaria, puso en entredicho la hegemonía de los Estados Unidos en la región, reactivando la confrontación estructural entre el centro del imperio y la periferia que no se subordina al polo hegemónico imperialista.
Es por ello que las 1054 sanciones económicas que pesan sobre Venezuela no buscan “restaurar la democracia” en un país que tiene más elecciones en las últimas dos décadas con una participación democrática probada. Ni combatir al narcotráfico como se divulga mediáticamente desde el epicentro del país que más consume estupefacientes en el continente. Estas acciones militares buscan reinstalar la relación de dependencia neocolonial, destruyendo las bases del estado soberano y debilitando la conciencia popular en beneficio de las empresas y capitales trasnacionales.
Pese a las agresiones, Venezuela ha mantenido una política de resistencia integral, basada en la unión cívico-militar y en la diversificación de alianzas internacionales. Este proceso puede interpretarse como una lucha contra la hegemonía: la construcción de un bloque histórico capaz de romper décadas de neoliberalismo con un proyecto socialista latinoamericano que reconfigure las relaciones diplomáticas de solidaridad en el continente.
Cabe destacar que, el pueblo venezolano, en su defensa del proyecto bolivariano, encarna la dialéctica del proceso entre praxis y conciencia: la transformación social como resultado de la acción política consciente frente al dominio estructural del capital.
De manera que, las acciones injerencistas del gobierno estadounidense, liderado por Donald Trump en contra de Venezuela constituyen una reedición contemporánea del imperialismo clásico, enmarcado en una guerra multidimensional que combina sanciones, robo de activos, manipulación mediática y operaciones encubiertas, sabotaje, guerra tecnológica, y ahora hasta el desplazamiento de buques de guerra con miles de marines activos frente a las costas del país sudamericano con pretextos insostenibles.
Sin embargo, esta ofensiva militar y económica no puede entenderse sino es bajo la lógica inherente del capitalismo en su fase de descomposición y crisis: la búsqueda constante de nuevas fuentes de acumulación originaria y el control indiscriminado de los recursos materiales de los pueblos sin importar la condena de los países de la región.
Venezuela se ha convertido en símbolo de resistencia en contra el imperialismo, que pretende hacerse de todo el continente. En medio de las sanciones y del cerco internacional, ha emergido una conciencia histórica latinoamericana de solidaridad que reivindica el derecho de los pueblos a decidir su destino a través del ejercicio de una verdadera democracia participativa y protagónica.
Como advirtió Simón Bolívar en 1829, “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Y así lo anuncia la desproporcionada e irracional fuerza militar desplegada en el Caribe que pretende mancillar la soberanía de Venezuela con la desesperación de quien desea a toda costa una guerra. Sin embargo, la historia no está escrita: La resistencia venezolana y otros pueblos como el cubano y su revolución demuestran que el imperialismo no es invencible, y que la emancipación de los pueblos de Nuestra América sigue siendo una tarea pendiente pero no imposible. Frente a todo pronóstico ¡Venezuela Vencerá!







